lunes, 15 de marzo de 2010

La cena robada, por Andreas Madsen

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La cena robada


Una de las veces en que me he visto en más serio aprieto fué hace muchos años, mientras viajaba rumbo a la boca del río Santa Cruz.
De la Cordillera a la costa no había un metro de alambrado ni establecimientos de ninguna especie, de modo que había que viajar a campo traviesa. Me guiaba mi instinto marinero y mi equipo motriz se limitaba al montado y un carguero.
Llevaba ya cuatro días de marcha sin ver un alma. Había empezado a escasearme la carne, mi único alimento. Avanzaba husmeando el horizonte, en busca de caza. De sólo imaginar un guanaco o avestruz se me hacía la boca agua.
Al acercarme a un cauce seco, bordeado de mata negra, vi con alegría los restos de un avestruz que a todas luces acababa de morir víctima de un león.
No me detuve a pensar que el matador podría andar cerca. Estómago vacío es mal consejero.
Desmonté de un salto, con inconsciente tranquilidad, presumiendo, como me convenía, que mi proximidad habría alejado al puma.
Sabido es que el león sangra a su víctima como el mejor matarife, de modo que me dije satisfecho: "Aquí está mi cena" y me dediqué a cortar la presa.
Inclinado sobre el avestruz trozaba un pedazo de carne con fruición de "gourmet" cuando ocurrió algo extraño e incomprensible.
De repente, sin que nada hubieran percibido mis sentidos, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y con el presentimiento de que grave peligro me acechaba, giré rápidamente sobre mis talones y vi, con horror, a unos cuatro metros detrás mío, a una leona de respetable tamaño, agazapada y lista para saltar, balanceando la cola como un gato al acecho de un pájaro.
Lo que entonces ocurrió fué más rápido que el contarlo. Creo que con mayor agilidad que un puma, dí un salto, como si tuviera resortes y monté en mi caballo, que estaba a un par de metros. En la misma fracción de segundos la leona había saltado, cayendo justo en el lugar yo estaba agachado.
Me había salvado por el espesor de un pelo. Pienso que sería fantástico filmar una escena similar, si es que puede haberla: un puma y un danés acriollado pegando un formidable salto sincronizado en distinta dirección.
Hasta hoy no me explico cómo pude dar semejante salto, cómo monté a caballo ni cómo presentí el peligro. Lo cierto es que si no fuera por este triple milagro, a estas horas no estaría aquí, junto al fuego, al pie del Fitz Roy, contándoles lo ocurrido. Sin lugar a dudas hay un Dios que rige nuestros destinos y nos protege del peligro.
Tan pronto se me pasó el susto o mejor dicho la impresión, porque ya me había vuelto bastante guapo, miré a mi alrededor en busca de la leona. Se había escondido tras un manchón de mata negra y resultaba imposible localizarla como para hacer puntería.
Me acordé de los sabios consejos de Fred Otren, el taxidermista y buscador de oro. Desmonté rápidamente con el arma en guardia, me puse a barlovento y prendí fuego a las matas. Con ello obligaría a mi adversario a salir del escondite y presentar lucha. Monté nuevamente y quedé atento.
El fuego se extendió rápidamente por el resinoso matorral. El pobre animal, desesperado, se agitaba, negándose a salir al descampado.
Recién cuando el fuego lo chamuscó bastante se decidió y con un rugido de rabia y dolor emergió de entre las llamas en dirección hacia el lugar donde yo estaba, firme en mi caballo, apuntando con el fusil.
Elprimer balazo la volteó y así terminó esta historia y la de la leona.
Afortunadamente mi montado estaba muy bien adiestrado para el tiro desde la silla. Con el carguero eran mis favoritos para la caza del puma. No conocían el miedo y eran excelentes rastreadores, cosa rara, pues la mayoría de los caballos tienen terror a los leones, como ocurría con "Paloma", según hemos visto hace rato.
Sólo así se explica que pese a haber visto que el león se me venía encima, no se hayan movido siquiera. Si lo hubieran hecho, quizás me hubieran advertido del peligro, pero probablemente no había podido montar en la forma que lo hice.
El caso es que salí de la aventura enriquecido con un cuero de león y carne para la cena, que me supo a gloria...gloria bien ganada.
Sin embargo aconsejo a Uds. que cuando se decidan a robar comida ajena, averigüen antes si el dueño anda cerca.

Andreas Madsen

(de "Cazando pumas en la Patagonia, edició

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