jueves, 19 de marzo de 2009

El volcán Hudson... una historia gris

1991 / LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN HUDSON
...Y los días se hicieron noches


En la madrugada del martes 13 de agosto de 1991, aproximadamente a las seis de la mañana, comenzó en Puerto Deseado y su zona de influencia la lluvia de ceniza proveniente del volcán chileno Hudson, el cual había entrado en erupción los días anteriores. La virulencia del fenómeno, algo poco común en los anales de la vulcanología a nivel mundial, y el hecho de que la inmensa mayoría de la gente careciera de la más elemental información sobre el particular, motivó que en los primeros momentos cundiera el pánico entre quienes, al salir de su casa, se vieron envueltos en una espesa nube cuyos componentes resultaba difícil determinar habida cuenta que aparentaba ser una extraña mezcla de humo, ceniza y tierra que emergía del interior de los edificios y convertía en algo dantesco circular por las calles de la localidad.
Personalmente y haciendo con ello honor a la verdad, debo confesar que sentí una desagradable impresión, no exenta del normal y respetuoso temor que suelen causar los fenómenos desconocidos, cuando al dirigirme a mi lugar de trabajo, casi anulado el sentido de la orientación a causa de la impenetrable oscuridad reinante, me hallé perdido en las calles por las que tantas veces había transitado a lo largo de treinta años; calles que, como es lógico, conozco como la palma de mi mano y por las que en circunstancias normales podría caminar con los ojos cerrados. Los interminables diez minutos que empleé para recorrer en coche las escasas nueve cuadras que separan mi casa de la Cooperativa Ganadera, lugar donde trabajaba, fueron una verdadera pesadilla. La falta de visibilidad impedía saber si el coche rodaba por la calzada, única forma de no llevarme por delante los vehículos estacionados o chocar con alguno de los pocos que circulaban en dirección opuesta y cuyas luces apenas se distinguían en la oscuridad.
Gracias a Dios, Ser Supremo cuya protección solemos invocar en los momentos difíciles, pero del Cual nos olvidamos con demasiada frecuencia poniendo con ello de manifiesto la desconsideración e ingratitud que yace en el alma de cada ser humano, pude arribar a mi lugar de trabajo sin mayores inconvenientes, pero seriamente preocupado por las consecuencias que a posteriori y en todos los órdenes podía acarrear el extraño fenómeno.
Al descender del coche, una vez aparcado en el lugar de costumbre, me encontré con Alicia Jenkins, una compañera de trabajo que había hecho el camino a pié y llegó con las ropas y el cabello completamente blancos además de un susto que no le cabía en el cuerpo cuando me preguntó: Rufino ¿ qué es esto?; una pregunta que yo me había formulado varias veces y para la cual no encontraba una respuesta satisfactoria. Tenía, eso sí, un vago presentimiento sobre el origen de la persistente y molesta lluvia de ceniza que desde hora temprana se abatía sobre Puerto Deseado; presentimiento que pude corroborar cuando ingresé a la Cooperativa y dos compañeros, Lidia Heras y Genaro Fueyo, ambos preocupados por las características del fenómeno y ocupados en limpiar la gran cantidad de ceniza depositada en el salón de ventas, me informaron que había entrado en erupción, en territorio chileno, el volcán Hudson, nombre hasta ese momento desconocido para nosotros, pero del que difícilmente podamos olvidarnos en el futuro toda vez que su atípico comportamiento alteró seriamente el ritmo de vida de quienes habitamos la extensa zona afectada, y sumió prácticamente en la ruina a muchas familias que dependían de lo que históricamente produce el campo en este lejano confín del mundo: el ganado ovino.
Con la urgencia que el caso requería, y atenta a velar por la seguridad de la población, la Junta Local de Defensa Civil encabezada por su titular, el señor intendente municipal, don Luis Ángel Diez, se abocó a recabar información de los organismos competentes y a trasladarla a la ciudadanía mediante comunicados emitidos puntualmente por L.R.I. 200, radio Puerto Deseado, a través de los cuales se daban a conocer una serie de medidas tendientes a preservar la salud y calidad de vida de la población. Cabe al respecto señalar que en algunos casos los comunicados emanaban directamente de Defensa Civil, aconsejada por la lógica y el sentido común, este último agudizado en la ocasión por las excepcionales características que revestía el fenómeno y las adversas condiciones en que, inevitablemente, habría de desarrollarse la vida de la comunidad en el futuro.
En mi modesta opinión, y sin pretender con ello que la misma sea mayoritariamente compartida, considero que la labor desarrollada por Defensa Civil y la emisora local L.R.I 200, fue óptima y estuvo en toda momento presidida por su loable afán de llevar tranquilidad a la población evitando por todos los medios contagiar a la misma con su lógica preocupación y estado de ánimo, y hasta minimizando, en no pocas ocasiones, la gravedad de la situación que se estaba viviendo, al solo efecto de atemperar el desasosiego en que estaba inmerso el vecindario. Tan humanitario comportamiento se fundamente en un cabal sentido de responsabilidad y lleva implícito un gran profesionalismo. En tal inteligencia, y con la libertad que me confiere el hecho de no haber integrado la Junta de Defensa Civil ni tener con L.R.I. 200 otra relación que la dictada por las más elementales reglas de cortesía y las buenas costumbres, considero un deber de justicia expresar a ambas y a cuantas personas brindaron a las mismas su generosa y altruista colaboración, mi sincero agradecimiento por su manifiesta responsabilidad y excelente manejo de la información.
Con muy buen criterio, la Junta Local de Defensa Civil aconsejó el cese total de actividades a fin de que la familia estuviera reunida en circunstancias tan excepcionales. Entre sus recomendaciones figuraba también la de no exponerse innecesariamente a los rigores del clima, y en casos de urgencia hacerlo provistos de los correspondientes barbijos y antiparras.
A fin de controlar el ingreso de ceniza a las viviendas , sus ocupantes se abocaron de inmediato a "sellar" puertas, ventanas y rendijas con cintes, trapos y otros elementos similares. Así y todo había momentos en los cuales, incomprensiblemente, la ceniza flotaba en las dependencias de tal forma que era menester limpiar, de tanto en tanto, los muebles y el suelo de las habitaciones. En consecuencia, el ambiente se tornaba irrespirable.
El día 13, la noche se prolongó por espacio de 90 minutos. La nube de ceniza era tan densa que la claridad del nuevo día fue incapaz de traspasarla hasta bien entrada la mañana. El resto del día, y el siguiente, la ceniza cayó con menos intensidad, pero tampoco el astro rey consiguió perforar las nubes que se cernían alocadamente sobre la ciudad.
El jueves, día 15, entre las 15 y 15,30, aproximadamente, la noche se enseñoreó de la ciudad a tal punto que se encendieron todas las lámparas del alumbrado público. Esos 30 minutos, sin lugar a dudas, fueron los más largos y llenos de incertidumbre en la vida de quienes debimos soportarlos.
El día 16 se mantuvo más o menos claro, pero en las últimas horas del sábado 17 y en la madrugada del domingo 18 el viento corrió a 120 Km. por hora, circunstancia que contribuyó a que la ceniza ingresara en grandes cantidades a todos los ambientes y convirtiera esas horas en un verdadero calvario. Las últimas horas del domingo 18 y las 24 del 19 fueron relativamente calmas; circunstancia que dio un respiro a la gente y contribuyó a cambiar su estado de ánimo a tal punto que no parecía la misma de los días anteriores. El hecho estaba también relacionado con la esperanza de que lo peor ya hubiera pasado.
Mientras tanto comenzaron a llegar noticias suministradas por los radioaficionados y algunos estancieros que arribaban del campo, informando lo que había sido la vida en las zonas más afectadas por el fenómeno y de los estragos que el mismo había causado en la mayor parte de las estancias. Las mismas daban cuenta también de la gran cantidad de vehículos que habían quedado en las rutas de la zona; algunos de ellos fundidos a causa del intenso pulido que la ceniza sometía a las partes vitales del motor y otros impedidos de seguir transitando debido a la escasa visibilidad reinante.
Quien esto escribe conversó largamente con dueños de estancias, encargados y peones que debieron permanecer encerrados sus casas por espacio de una semana, viéndose por lo tanto imposibilitados de realizar las más acuciantes tareas sin correr el riesgo de extraviarse apenas perdían contacto con las paredes de los edificios. Casos hubo en que llegar a un molino o a las caballerizas, distantes 40 metros de la casa, resultaba poco menos que imposible.
Solamente quienes por imperio de las circunstancias vivieron momentos tan desagradables y sufrieron en carne propia las consecuencias del fenómeno, pueden con justicia aquilatar la gravedad de la situación y dar testimonio de la impotencia y desesperación que se siente en casos como el que nos ocupa, cuando las fuerzas incontrolables de la Naturaleza niegan toda posibilidad de atemperar su furia desenfrenada.
Hasta el viernes 6 de septiembre, de 1991 los días se sucedieron alternando momentos de relativa calma y luminosidad con otros en los cuales densas nubes de ceniza revoloteaban alocadamente sobre la ciudad. Al promediar la mañana del día de la fecha la ceniza comenzó a enseñorearse nuevamente del cielo patagónico y a las 11,30 horas se hizo totalmente de noche por espacio de 12 o 15 minutos. Esta segunda experiencia ya no causó tanta preocupación en la gente como la primera. A continuación y por un lapso de aproximadamente tres horas el cielo se despejó totalmente. A las 15 horas, y sin que aparentemente existiera motivo alguno que lo justificara toda vez que no soplaba la más leve brisa, nuevamente la ceniza penetró en todos los ambientes de las viviendas con inusitada violencia.
Hasta el primero de junio de 1992, fecha en la que tomé los últimos apuntes relacionados con el tema que estoy reflejando, podría dejar constancia del número de días y horas de cada uno de ellos en los cuales debimos convivir con la ceniza, pero me abstengo de hacerlo por considerar que resultaría monótono y reiterativo. Consecuentemente, lo resumiré diciendo que fueron muchos los días en que la ceniza se hacía presente; a veces después de haber llovido con intensidad durante horas, y hasta en forma de barro cuando esto sucedía. Si bien con menor intensidad dado que al reparo de las matas solo quedaba la ceniza más gruesa, a partir de esta última fecha su aparición fue más espaciada, pero siguió flotando en el ambiente cada vez que el viento salía de ronda por los pueblos y campos patagónicos; algo que, probablemente, seguirá ocurriendo por mucho tiempo en los momentos en que viaje a bordo de sus invisibles y poderosas alas.

Rufino Sienes de Diego

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