domingo, 25 de abril de 2010

Rostros del ferrocarril patagónico











Fotos Programa de Investigación Geográfico Político Patagónico, de la UCA

Carlos Gómez, Alfredo Vila, Edmundo Jara, Duilio De Ferrari, Marcos Arias, Ricardo Vázquez, Pedro Urbano y muchos otros... los que construyeron la historia del ferrocarril patagónico en el siglo XX.
Visitar la estación de Puerto Deseado es la gran oportunidad de conocer esta historia, en vivo y en directo, relatada por sus protagonistas.

Carlos Gómez, Alfredo Vila, Edmundo Jara, Duilio De Ferrari, Pedro Urbano y muchos otros... los que hicieron la historia del ferrocarril en el siglo XX

Julio Verne y la Patagonia





Julio Verne y la Patagonia

por HECTOR PEREZ MORANDO(*)

El francés Julio (Jules Gabriel) Berreen, nacido en Nantes en 1828 y fallecido en Amines en 1905, tuvo un hijo –Miel- de su matrimonio con Honor hiñe de Viaje. Con más de sesenta novelas y título de abogado, viajero de las letras, sin duda se adueñó desde la primera publicación del reinado en ciencia ficción. Su imaginación sin límites, desde el submarino hasta los viajes espaciales, pasando por el rayo láser y el helicóptero, la gama inventiva futurista prácticamente no tuvo techo para el enigmático francés, que borró mapas mundiales y, sin ser científico, el escalón visionario lo ubicó con preponderancia en la literatura mundial, a su modo y tema -la ficción- que manejó con real maestría.

Si bien se le conocen muchos y largos viajes, no se sabe –todavía- de algún tránsito inspirador por la Patagonia. Así, debemos creer que lecturas, relatos de viajeros, arribos de naves a puertos franceses, etc., fueron base para sus magistrales trabajos literarios, algunos ubicados en el sur argentino, y que su editor Jules Hetzel le impusiera como gananciosa labor, junto al de otras latitudes terrenas y espaciales. Modernamente rescatamos la semblanza del francés: "Verne no fue un simple divulgador de la ciencia y de la técnica del siglo XIX y, muchísimo menos, un mero narrador para jóvenes y adolescentes. Sus libros están concebidos con una segunda y secretísima intención. Esa espléntida técnica narrativa no es otra cosa que una argucia -forzada por las circunstancias de la época- que esconde un críptico y múltiple mensaje iniciático. Atónito y alborozado, fui comprendiendo: Verne era otro 'loco maravilloso', profundamente enraizado en el mundo del esoterismo y de la simbología". "Verne era un fanático de los enigmas y criptogramas. Amén del esoterismo y de la simbología que resuman sus libros, éstos se hallan cuajados de retruécanos, juegos de palabras, números secretos, jeroglíficos, anagramas y logogrifos". (Benítez, J. J., 1989).

Sin duda, hay que dejar de lado algunos errores en sus escritos relacionados con la Patagonia (fechas, toponimia, acontecimientos, etc.), teniendo en cuenta que fueron elaborados hace más de cien años y cuando algunas de sus presumibles fuentes, que citamos más arriba, no fueran las ideales; disculpable pero, en general, quienes hayan leído esos libros no pueden obviar el asombro por el encuadre casi preciso de lo argumental de sus relatos. Aparece "Los hijos del capitán Grant" (1867/68), narración despertada por mensaje hallado en botella dentro de la panza de un pez martillo que hace integrar una expedición en búsqueda del capitán Harry Grant y su velero "Britannia", expedición de la que participan sus pequeños hijos Mary y Robert.

Surge el Estrecho de Magallanes, penal de Punta Arenas, Talcahuano y Concepción en Chile y, creyendo que el capitán Grant podía estar en poder de aborígenes, contratan guías de dicho origen decidiendo cruzar la cordillera por Antuco, viviendo un terremoto que borró caminos: "rugía el volcán Antuco", nombrándose también a Calfucurá, río Colorado, lago Salinas y la carretera de Carmen de Patagones a Mendoza, fuerte Independencia y Tandil.

En "El faro del fin del mundo", el relato se refiere al primer faro en la Patagonia, más precisamente el que se instaló en "Isla de los Estados" con los cuidadores Vásquez, Felipe y Moriz. Imaginariamente, describe la construcción: "A ciento cincuenta metros de la pequeña caleta que corona la bahía el suelo presenta una elevación de unos 30 metros de altura en una superficie entre 400 y 500 metros cuadrados. Un muro de piedras encierra este terraplén, esta terraza rocosa que debía servir de base a la torre del faro. La torre se levantaba en el centro por sobre el conjunto anexo de habitaciones y almacenes... 1º la habitación de los guardianes con sus muebles, camas, sillas, mesas. Había también una estufa de carbón con su chimenea... instrumentos como largavistas, barómetros, termómetros, lámparas para el faro y un reloj de pie...". La altura era de 32 metros. Y lo principal: narra los momentos difíciles que vivieron los tres guardafaros ante la presencia de piratas o bandidos.

El padre de la llamada ciencia-ficción escribió "20.000 leguas de viaje submarino" situando la actuación del submarino "Nautilus" y su capitán Nemo por los años 1866/1868 en que, además de la tripulación, participan otros tres personajes. El capitán Nemo había decidido hacer vida de mar viviendo en el submarino dotado de comodidades inimaginables para la época, renegando del mundo terrestre. Hasta los alimentos los obtenía del mar, que también le brindaba electricidad para la locomoción y vida a bordo: "pero no la electricidad de los habitantes terrestres. Es el mar quien me lo proporciona diría Nemo con su sodio, cuyas pilas doblan en potencia a las de cinc. Para extraer el sodio no hay nada mejor que las minas de carbón ocultas en el fondo del océano. Todo en el Nautilus lo produce el océano".

En la recorrida por los mares del mundo el 21 de marzo de 1868 llegaron al Polo Sur diciendo: "...y tomo posesión de esta tierra, igual a la sexta parte de los continentes conocidos". Antes, habían notado la presencia de pingüinos y observado "las mil piruetas que focas y morsas realizaban a nuestro alrededor". También ven la Cruz del Sur y, poco después, "la Tierra del Fuego. Pasamos también cerca de las islas Malvinas y hasta el 3 de abril no abandonamos los paisajes de la Patagonia".

Quince niños, el mayor de catorce años, fueron los actores principales del yate "Sloughi", que rompió amarras por temporal sin poder recibir al capitán y tripulantes. Eran alumnos del colegio Chairman, de Auckland, capital de Nueva Zelanda, iniciando vacaciones por dos meses en la nave que "circunvalaría la costa neocelandesa". La deriva del yate los llevó hasta la zona del estrecho de Magallanes y desembarcaron en una tierra que por mucho tiempo no supieron si era una isla o tierra firme. Muy detallista, el relato de Verne hizo jugar llamativas situaciones que debieron afrontar los jovencitos y un perro, durante casi dos años, grupo al que el relato incorpora algunos náufragos y malhechores más una mujer, hasta con muertes violentas. Cazan guanacos, pero erró Verne al mencionar hipopótamo y llamas entre la fauna que descubrieron. El viaje se había iniciado en 1860 y, al final, el náufrago Evans que compartió con ellos los ubica en la realidad geográfica: la isla pertenecía al archipiélago magallánico que habían bautizado Chairman, como el colegio. En la conclusión, Verne escribió: "No es necesario relatar aquel viaje por los canales del archipiélago magallánico... todos aquellos canales aparecían desiertos, y aunque algunas noches pudieron divisar algunas fogatas sobre las islas, ningún indígena se vio sobre las playas. El 11 de febrero, merced al viento, siempre favorable, la chalupa desembocó en el estrecho de Magallanes".

El archipiélago fueguino fue otro de los escenarios patagónicos elegidos por Julio Verne para "Los náufragos del Jonathan", con puntualizaciones geográficas y citas históricas que pueden causar algún asombro y el solitario personaje "Kaw-djer", sin nacionalidad ni apellido precisos pero sí con alto grado cultural, dominio de varios idiomas y tendencia anarquista y sin saber de dónde y cómo había llegado al sur-sur. Pero por 1880 el naufragio del velero norteamericano "Jonathan" deposita en la isla Hoste a sus 34 tripulantes y 1.220 pasajeros que viajaban a Africa para fundar una colonia. "Kaw-djer" trataba con aborígenes de la zona y el capítulo uno de la fantástica narración la dedica a "El guanaco", luego cita a Tierra del Fuego, islas Clarence, Hoste, Navarino, Gordon y Picton, paraje Cabo de Hornos, canal Beagle, estrecho de Magallanes, etc., más flora y fauna en algo más de 500 páginas con atrapante trama. Ya se sabe que aquellas más de sesenta publicaciones de Julio Verne, hace más de cien años, parecieron inverosímiles a algunos. El transcurso de los años le han puesto sello de verdad y la Patagonia tuvo su lugar en varias obras de su "espléndida técnica narrativa".



(*) Periodista. Investigador de historia patagónica
Diario Río Negro

Cien años de los Rodríguez en Puerto Deseado








Homenajes
100 años de los Rodríguez en Deseado

Hace cien años, llegaba mi abuelo Federico Rodríguez, procedente de la ciudad de Marchena, provincia de Sevilla en España, a la Argentina… y, con él, muchos más europeos, ansiosos de paz, trabajo y, por qué no, la prosperidad tan adjudicada a estas tierras.

Pero... “qué osados”, “qué aventureros” o “qué desesperados de hallar un lugar en el mundo, que les permitiera desarrollarse”…

Y así fue. Ya en Buenos Aires, cuando en el Hotel de los Inmigrantes ofrecían trabajo, en sitios absolutamente extraños para los recién llegados, el abuelo Federico escuchó que necesitaban obreros para las variadas tareas que implicaba instalar el ferrocarril en Puerto Deseado. Por eso levantó la mano, en señal de aceptación, cuando pidieron carpinteros (y según contaba mi abuela Rosario, que había recibido este relato, él poco sabía del oficio, pero si hacía carpintería en España, como aficionado) hoy diríamos por hobby o algo así.

Lo cierto es que logró el empleo y en barco, junto a un grupo de hombres jóvenes y soñadores, más las herramientas y los materiales, hasta los galpones adonde vivirían, partieron hacia Deseado.

Cuando la abuela Rosario contaba esto, yo era chica, vivía en casa de ellos, que aún se conserva frente a la comisaría, en la calle Ameghino y se me ocurría preguntar: ¿y cómo era Deseado en ese época? Ella me contaba que llegó en 1911, porque el abuelo había vuelto a España a buscarlas y cuando regresaron, después de un viaje larguísimo en el vapor Balvanera hasta Buenos Aires, se embarcaron nuevamente hacia Deseado y traían a mi mamá que sólo tenía unos meses y se llamaba Dolores, pero todos conocieron por Lola.-

Ella decía: esto era “casi nada”, pero como varios hombres habían viajado con sus esposas, se ayudaban unas a otras y se consolaban de la lejanía respecto de sus familias, (mi abuela era huérfana, pero dejó muchos hermanos y mi abuelo tenía a toda su familia que se oponía a esta “aventura”).

También con gran paciencia, me explicaba cómo fueron instalándose y adecuándose al lugar. Con el tiempo, la familia se agrandó, porque nacieron en Deseado, cuatro hijos más: Manuel (Lolo), Antonio, Federico (Chico, para distinguirlo del padre) y Libertad, que aún vive en la casa mencionada.

Federico cambió varias veces su actividad: tuvo transportes y mueblería (es lo que recuerdo y de lo que hay fotos). No fue muy cuidadoso de su patrimonio y la última actividad que recuerdo, antes que enfermara fue la de conducir un auto de alquiler. También recuerdo los relatos, siempre a cargo de mi abuela o de mi mamá, acerca de las reuniones y fiestas que organizaban, similares a las de su tierra natal. De la preponderancia de la Sociedad Española, aunque cada colectividad tenía su agrupación y de los carnavales, para los que se preparaban con gran anticipación.

Los cinco hijos de Federico también se casaron en Deseado y a excepción de Antonio, que vivió mucho tiempo en Comodoro Rivadavia, todos tuvieron sus hijos ahí. Así se sumaron ocho nietos y veinticinco bisnietos.

Por distintos motivos, algunos debimos alejarnos de Deseado, pero siempre está vivo el deseo (aunque parezca redundancia) de volver. La necesidad de destacar este lugar como un apartado de belleza y misterio, en el fabuloso paisaje de la costa patagónica.

Para mí sigue vigente un misterio que me inquietó desde muy chica: ¿Cómo puede ser que Deseado los haya atrapado tanto a nuestros abuelos, que nunca volvieron a España?...

por su nieta María del Rosario Fava (Monte Grande, Bs. Aires)


Realmente es admirable el duro camino que decidieron emprender tantas personas en busca de una realización personal o colectiva. Muchos deseadenses tenemos un abuelo, un tío, algún pariente cercano nacido en tierras españolas. Es por esto que nos encontramos con una enorme influencia en nuestra cultura por parte de la cultura ibérica, el lenguaje, las costumbres, los gustos, las tradiciones, llevan sus entrañables huellas. Y este es el caso de nuestro abuelo:

El abuelo Federico:
Inmediatamente de su arribo a Deseado, ingresa como carpintero en la construcción de la estación del ferrocarril, oficio que desempeña por más de un año, luego se inscribe en el municipio como carrero, (llevando pasajeros y equipaje desde y hacia la estación ferroviaria y zona portuaria), motivo por el cual fue uno de los primeros taxistas de la localidad, tal como lo acredita su credencial extendida con el Nº 1. Luego se desempeña como comerciante y pone la empresa de mudanzas “La Favorita”, y se instala por muchos años con la mueblería en la calle Belgrano casi Ameghino, edificio de piedra que aún existe. Posteriormente continúa como taxista profesión a la que dedicó muchísimos años de su vida, en ese ínterin efectuó varios cambios de vehículos llegando a tener uno que perteneció a la embajada japonesa en Bs. Aires.-

Fueron muchos los antiguos vecinos deseadenses y viejos pobladores de la zona que conocieron a Federico, aquel andaluz de pura cepa, apodado “el gitano” y que aún hoy recuerdan por sus pillerías. Sus picardías y constante histrionismo sirvieron de inspiración para que un literato de aquel entonces dedicara en el año 1924, en la revista Ecos de Deseado el artículo titulado:

“Ojo clínico: el día de llegada o salida de tren o vapor, hay un hombre que domina la situación en el pueblo. El sabe mejor que las mismas autoridades, quienes llegan al puerto, y quienes se marchan, bastando su sola voluntad para que cualquier individuo dispuesto a partir se vea obligado a permanecer en la localidad. Este hombre que en dichos día se ve más visitado que un ministro, y en quien depositamos tanta confianza como podríamos hacerlo con el más correcto funcionario público, es Federico Rodríguez. Basta que se lo encarguemos a él para que nuestras cargas, encomiendas o equipajes sean recibidos o despachados como podría hacerlo el agente más experto. El lunes, nos entretuvimos en la estación contemplando la forma en que despachaba los equipajes y la rapidez con que lo hace. Sin preguntar nada a sus dueños, el sabe si los bultos deben ir en el furgón de encomiendas o en el coche y hasta parece adivinar dónde va a sentarse el pasajero para llevarle sus valijas hasta el mismo asiento. Fuera de toda duda que el hombre conoce a fondo la psicología del viajero. A una hermosa mujer, cosa bien rara le pareció que nada preguntase Federico, y sus bultos le llevara hasta el vagón de la primera clase; la viajera –jamona rubicunda- preguntóle después, como sabía que no viajaba en coche de segunda, siendo la primer vez que la veía?; y mirando goloso a la aludida, Rodríguez contestó de esta manera: -porque apenas la vía, noté enseguida que es usté una señora de primera!”.

En la actualidad la gran mayoría de sus descendientes residen en Deseado, otros se han afincado en Puerto San Julián y Caleta Olivia (Santa Cruz), Trelew y Comodoro Rivadavia (Chubut, Monte Grande (Bs. Aires,) Capital Federal, España y Rumania.


por su nieto Roberto Luis Rodríguez

Vehículo que perteneció a la embajada japonesa. Don Federico Rodríguez lo compra en el año 1934 utilizándolo como taxi local

Vehículo utilizado como taxi, en el año 1927 en Puerto Deseado, por Federico Rodríguez

Puerto Deseado, 1924. Doña Rosario, esposa de Federico, su hija Libertad y su amiga
doña Adela (mama de Andrés Gutiérrez) en su casa de la calle Ameghino

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