lunes, 15 de marzo de 2010

El espíritu del anfitrión, por Antonio Torrejón

EN GRAN PARTE DE ARGENTINA PERDURA “EL ESPÍRITU DEL ANFITRIÓN”

por Antonio Torrejón


"El espíritu del anfitrión, en nuestros pueblos de recientes poblamientos, de soledades poco interrumpidas se resiste a abandonar, los lugares históricos de recepción del viajero, desde el “Camino Real”, del norte, a las “rastrilladas” de los originarios tehuelches en el sur que luego fueron "picadas" y hoy rutas de integración viaria. En tantos establecimientos hoteleros y gastronómicos de esos recorridos aún perviven esos espíritus impregnados de la aptitud inagotable de sus “anfitriones".
J. Guitelmann, muy bien explica estas realidades en su excelente obra, o prédica : “Los Artesanos del Trato”.

Un espíritu irreductible, un espíritu de presencia permanente en la mente de sus contrapartes, los huéspedes. Que sería de los recién llegados sin un anfitrión enfrente. Serían como almas insatisfechas, como espíritus errantes en las orillas de los destinos turísticos.

“Nuestros mayores”, (en mi caso, la fonda de mi abuela Catalina en el Puerto Madryn, de 1910) en los pueblos o caminos, que no aportaban significativas comodidades de ambientes calefaccionados, baños individuales, etc. etc, pero los que arribaban luego de duros viajes, tenían lo más preciado, la aptitud de espontáneos anfitriones, que entregaban lo mejor de sus posibilidades y servicios. El espíritu tangible de personas con voluntad de servir, -de gente que aportaba su buen trato, y mejor disposición, siempre-.
Los viajeros necesitan saberse atendidos por anfitriones honestos, anfitriones preparados, anfitriones con ganas de recibirlos en sus establecimientos, y atenderlos.
Muchos viajeros, de Marco Polo, hasta hoy, recuerdan con nostalgia las épocas en que los dueños de estas fondas o postas estaban sin horarios y preparados, siempre, dispuestos en el ingreso de sus establecimientos, listos para recibir a sus recién llegados en las horas de arribo o de mayor actividad.
Estos “artesanos del buen trato” saludaban a sus huéspedes a toda hora, se interesaban por su –pasar en el lugar-, se mostraban permanentemente dispuestos a resolver los mínimos detalles con los que pudieran contribuir a su felicidad, nunca miraban el reloj, o preguntaban “si tenía tarjeta de crédito”. Sabiendo que las retribuciones en la mayor parte de los casos eran magras, y no cambiaría demasiado las situaciones de ellos como prestadores de servicio, por un cliente más.
Estos antecesores de lo muy declamado hoy de la “calidad total”, son los que hicieron la mejor escuela para fidelizar a los clientes, y llegar con el tiempo a imponer estos ineludibles criterios, hoy tan en boga.
De estos hoy sólo quedan unos pocos; la mayoría se han convertido en empresarios afuncionariados, que sonríen de 9 a 18 hs. siguiendo las normas, pero que cuando los huéspedes los necesitan, sólo dejan tras de sí los antiguos espíritus, los hoy arrugados esquemas del pasado, por lo general desmotivados y faltos de alegría. Por último, estos anfitriones en espíritu, pronto dejaran paso a los fantasmas de sus huéspedes.
Los huéspedes vivientes se habrán ido a lugares con más vida... , y repetirán lo más importante del turismo de hoy, -la visita- si de alguna forma les quedó un balance positivo del viaje o la particular estada, en el lugar......

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