Hector Mario Espíndola, en el recuerdo
ESTIRPE DE CAMPEON
Dio las hurras. Había concluido el ultimo match y dijo chau a la vida, sobre la ría los pájaros evolucionaron dibujando piruetas como pañuelos agitados. Dicen que partió en gira cósmica, por esos cielos estrellados que lo embelesaron en la soledad de Cabo Blanco cuando empezó su aventura patagónica, entonces encontró el amor y echo raíces, atrás quedaron los sonidos que venían del impenetrable chaqueño en cuyas orillas vio la luz, y los ruidos urbanos correntinos de una adolescencia con tórridos veranos.
Con su adiós sentimos que se va una parte nuestra, ese morir juntos un poco, la infancia allá en Deseado donde el juego mitigaba los dolores de la orfandad. Comienzos de los ´60, la pequeña terminal sobre calle San Martín donde atracaban los colectivos trayendo visitantes y encomiendas desde Comodoro, un hombre jovial con su elegante calva, amigable, con esa picardía de tierra adentro macerada en largo peregrinar de norte a sur, Héctor Espíndola y una historia pequeña que nos involucra. Se le ocurre hacer algo con los chicos que frecuentan ese recinto donde hormiguea la vida, y pergeña un campeonato de baby futbol. Nunca antes habíamos sabido de otro y en cancha de cemento y todo. Pequeño estadio en la imaginación de un niño acostumbrado a pelarse las rodillas con los cantos rodados. A pocos metros, encajonada entre paredones revocados y una cortina de tamariscos mirando a la calle, de la olvidada cancha de tenis asomaban borrosas líneas acusando tiempos mejores. Como excedía la edad, me ubica como “secretario letrado”, custodiando el fixture, y con Carlitos, mi hermano, por quien no oculta una marcada debilidad, quizás viendo en él reflejados años idos, armamos un cuadro con los chicos del barrio, los de la calle Don Bosco. Una pequeña fotito 4x4, en blanco y negro, con su borde dentado, me remite a aquellos momentos que la niebla del tiempo amenaza sepultar para siempre. Carlitos, apodado por entonces: el súper, la zurda goleadora, Arturo, el malabarista que vivía en las alturas rocosas que daban a los fondos de casa, la longilínea figura del otro Carlos, el hijo del relojero de la cuadra, y la camiseta de Boca lucida como un sueño realizado, ¿qué más?.
¿Qué profundidad habrá tenido aquella iniciativa para que permanezca incolumne en nuestra memoria? Pienso, a veces uno tiene gestos y no registra la repercusión en el otro, como si hubiera arrojado al río una roca que al hundirse esparce ondas llegando con su mensaje hasta hoy. Hace pocos años Carlitos quiso rendirle tributo, eran ya hombres acudiendo a un pasado que los colmó de emoción, hubo plaqueta y palabras como caricias, para endulzar el alma, y el homenajeado, sorprendido, entre sonrisas, dejo escapar alguna lágrima. Esa primera cruzada futbolera, gracias a su mentor, tuvo un emblema, estampado en el nombre de la divisa estrenada: Almafuerte. Me han contado que estando en La Plata, Héctor conoció la casa del gran poeta social argentino y quedó prendado de su espíritu, el que contagiaba a cada paso, el que nos insufló con aquellos versos en la justa deportiva y más tarde en la vida por venir. No se equivocó. Luego no hablemos de despedida, digamos: ¡hasta el próximo torneo! Aquí estamos, no olvidamos, el ejemplo prendió, dejó huellas. Nos queda aquel legado y su impronta por aquello de ¡Avanti!:
“Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas;
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas"
Oscar A. Bidabehere. (En Olavarria a los trece días de marzo, 2010)
1 comentario:
MUY BUENO OSCAR, COMO LOS DESCRIBISTE, UN GRAN HOMBRE... Y TE ACORDAS CUANDO SORTEABA LA BICICLETA PARA REYES? NO APIÑABAMOS CONTRA LAS VIDRIERAS DE SU NEGOCIO... SE FUE UN AMIGABLE HINCHA DE BOCA... HASTA SIEMPRE DON ESPINDOLA...
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