martes, 12 de junio de 2007

LA PELEA DEL SIGLO EN EL HOTEL APOLO

Banquete y trompadas para agasajar al comandante
LA PELEA DEL SIGLO, EN EL HOTEL "APOLO"
(relato textual del periodista Angel Clara)

Puerto Deseado, entre 1925 y 1930...

La gente de Puerto Deseado es generalmente obsequiosa. Hasta hoy que con la crisis general anda medio apurada, suele demostrarse muy amiga de hacer obsequios y festejos personales. Tuvo sin embargo un tiempo de esplendor que no lo conocieron, la gente de Atila, Tamerlán o Gengis Kan y eso que los bárbaros asiáticos han sido los maestros del mundo.
Así por ejemplo en Deseado se recuerda la época en que con el sobrante de champagne se lavaban los pisos. Precisamente tal exageración no alcancé a conocerla, admitiendo que no es muy exagerada; pero he estado en sus inmediatas vecindades, y eso que mi actuación en el Sur, data de comienzos de la crisis. He conocido empero, otras modalidades de ese espíritu y una de ellas, pudiera ser el hecho que paso a relatar (nos dice Dn. Angel Clara, Juez de Paz de Deseado, ganadero, periodista, etc.)
La multiplicación y crecimiento de hacienda en Deseado, creó la necesidad de fundar un frigorífico (1), para dar salida a la posible producción de carnes, que se pudiera faenar. Toda iniciativa de inversión de capitales en el Sur, tenía por entonces un porvenir asegurado. El frigorífico, no podía ser menos, aunque desde sus comienzos se vio, supeditado a la crisis y al increíble empobrecimiento del mercado de carnes que en los últimos años se había reagravado aun más.
Con todo eso, los hacendados de Deseado estaban en su mayor parte de pláceme. En realidad lo que entregaban a los frigoríficos, era el superávit de sus haciendas, lo que de cualquier modo les sobraba y era necesario desprenderse de ello, porque los campos son pobres y no pueden ser mejorados porque no dan más. La pobreza de la tierra es proverbial. En los campos mejores solo se ven matas aisladas de pasto no muy bueno. A veces suelen ser pastos duros, el coirón, la cola de piche etc., sólo en la cordillera pueden verse algo así como los pastos de Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes. De uno de éstos se decía que era capaz de mantener siete mil cabezas de ganado, pero lógicamente era una excepción.
Sin embargo había que ver el entusiasmo que despertó el frigorífico! Verdad es que su capacidad lo hacía envidiable, pues prometía un faenamiento de centenares de miles de cabezas, a lo que no llegó nunca, por falta de producción, por pobreza de ofrecimiento y otras causas de las que hablaremos más adelante.
De aquí que, los capitanes de los “caponeros” o sea buques transportadores de carnes refrigeradas, congeladas etc. Fueran considerados en sumo grado entre los vecinos y hacendados. El comercio de carnes podía considerarse, o presentaba las perspectivas de una nueva industria, aquí donde solo existía la de las lanas, muy variable y sujeta a oscilaciones pues la especulación hacía su agosto en aquellas regiones malditas como las llamó Darwin, aunque por otras causas.
Dichos capitanes, casi siempre ingleses, son gente “welcome”, bienvenidos lleguen, cuando lleguen y excusados, es decir que no escapan a ningún homenaje; son por lo demás afectos al drink.
El momento era propicio, el día antes había estado yo en el frigorífico a los efectos de arreglar mis cuentas personales ya que para la faena de ese año había mandado la estancia a que antes me refería, cuatrocientos copones que fueron considerados como de majada inmejorable. De aquí a que alcanzaron un precio excepcional. Me hallaba arreglando con Mr. Kidd(2) la cuenta junto con otros hacendados, que me felicitaban por el buen resultado de la operación, cuando llegó Mr. Bennd fuerte hacendado del sur y uno de los principales proveedores del frigorífico y gran amigo del gerente. Unió sus felicitaciones a los demás y añadió:
- ¡Oh! Mr. Clara, precisamente mañana llega el caponero “South-Crous”, y Mr. Wright su capitán por la noche es banqueteado por nosotros en el hotel “Apolo” (3) Usted no faltará seguramente… queda comprometido!.
Contesté afirmativamente, -aunque a un banquete de ingleses es cosa de razonarlo bien- De modo que ese día ya estaba comprometido para la cena. Para mejor mi amigo Bennd, me había obligado a comprometer también la asistencia de Francisco Ferreiro, (4) mi compañero de tareas en el diario “El Sur” y además en la puerta del “Colón” (5) volví a ver a Mr. Bennd, quien añadió:
- Estará también mi hermano Donato, su amigo Mr. Counsil que es cónsul de His Majesty, Mr. Nelly y otros más, no se olvide del amigo Ferreiro, ya sabe es a las nueve.
Le prometí en debida forma, a las siete ya eran media docena las invitaciones que para el acto tenía. A las diez ya eran la docena completa, y eso que el acto ya se estaba consumando. Tanto mi amigo Ferreiro, como yo, había tratado de esquivar el bulto, temiendo las consecuencias. Pero yendo, uno y otro, en una misma dirección, nos encontramos en un mismo punto y en tan desdichado momento que no pudimos evitar un encontronazo con cierto inglés de formidable aspecto, que nos cazó en medio de la calle…
- Ahora si, vengan los dos para aquí… hice bien en salir, pues supe que faltaba alguien. Ferreiro inventó una excusa muy oportuna:
- Precisamente íbamos para allí ¡Ya estarán todos los comensales?
- Oh yes very right.
Y efectivamente, fuimos hacia el “Apolo”. Desde antes de entrar ya se adivinaba el concurso que había. Los hurras atronaban el espacio, y dentro, agitábanse los hijos de la Gran Bretaña. El whisky se mezclaba con el champagne y los taponazos se oían sin interrupción; como estábamos más o menos disgustados, aprovechamos el momento de confusión y la ausencia, por el momento del banqueteado, que aún no había llegado, para tratar de escabullirnos. No pudimos evitar sin embargo el hacer el honor a un previo “salud” con Mr. Bennd, Mr. Counsil y Cía. Y qué “salud”. En Deseado, los ingleses como en todas partes, tal vez beben el whisky en los vasos que los niños de Bs. Aires, beben los refrescos o la leche. De aquí que un whisky equivaliera cuando menos a seis. Y todavía gracias que pudimos evitar el repite.
Por fin salimos y fuimos hasta “El Sur”(6), que quedaba a la vuelta de la esquina. Estábamos allí nosotros dos solos, cuando sonó, como una descarga de fusilería y Ferreiro no pudo evitar el decir:
-Ya los ingleses estarán hechos!

Narrábale yo, una fiesta parecida del tiempo de Rosas, en que el dictador en circunstancias iguales murmuraba para sus adentros, hablando de los ingleses “bonitos estarán a ésta hora”. Reía Ferreiro cuando nos llamó la atención el que, el tumulto se prolongaba, y se me ocurrió decir:
- Parece que los ingleses están en la segunda batalla… verdaderamente es algo extraño, vamos allá por si acaso…

Salimos. Afuera el tumulto se acallaba pero se veía que debía seguir en el interior del hotel, efectivamente, se oía mas nítidamente a medida que íbamos llegando. Al entrar por la puerta de la esquina, un tufo casi asfixiante, que casi nos voltea. Adentro era un mundo que se agitaba, al parecer, de gente, gritos ensordecedores, taponazos, saltos, quejas, aullidos etc. Se encendían a cada instante. Un inglés con la cara ensangrentada, se nos acercó y nos dijo: - Yo me voy porque parece que va a acabar mal.
-Ah! Pero simplemente parece, puede que no. Es gente seria; ¿Qué ha pasado? No pudo decirlo el aludido, porque en esos momentos, en su boca, armábase una revolución de muelas, dientes, colmillos, algún trozo de comida y muchos tragos de wisky, que impedían toda frase de algún sentido. Pero llegó Rossi (7), que tampoco era ajeno al tumulto, según su aspecto, pero conforme el ambiente general, en bastante buen estado y nos dijo: - Y … uno no sabe nunca en estos casos, lo que puede suceder. Llegó el comandante, como a las diez. Se le esperaba alrededor de la mesa. Se destapó Johnie Walker, y se iba a beber, cuando dijo el comandante:
- “Ustedes no son ingleses, sino unos mal educados y unos guarangos. Vean ustedes que modo de recibir a un embajador de His Majesty, vestidos con “pellizas”, como vagabundos, trapos por todos lados. Eso no es serio”
Tales frases despertaron descontento. Naturalmente, los ingleses estaban vestidos como viste en la Patagonia la gente de campo, botas de montar, exploradoras, camisa de trabajo, pañuelo al cuello, casaca, más o menos abierta, broches y alguna que otra faja y tiradores. ¡Los ingleses se habían olvidado, claro está, del traje de etiqueta! Es natural; al fin y al cabo toda era gente de campo, de trabajo, acomodados sí, pero ajenos a la etiqueta. De modo que ocasionó el comandante una verdadera consternación. Algún británico agitaba entre sus dedos la inevitable cadena de oro. En todos los semblantes aparecía la sonrisa forzada a que obligaban las circunstancias, queriendo hacer buena la oportunidad que se presentaba difícil.
-Ustedes, -continuaba el obsequiado que se había presentado de gran ceremonia- (era oficial de la marina inglesa de guerra retirado) con su levita de gala y sus cruces de campaña entre las cuales figuraban importantes medallas, por las que seguramente tuvo destacada actuación;… y figúrense ustedes, yo un Jefe distinguido de His Majesty que antes de venir aquí, he sido despedido por el rey y mis compañeros de campaña, ahora aquí entre vosotros, unos brutos oliendo a bosta y a oveja sarnosa…La gente que lo circundaba se sentía avergonzada pero un inglés es siempre un inglés. Ya asomaban uno que otro pañuelo para limpiar lágrimas próximas a salir, cuando estalló un escocés con un exabrupto, no esperado y que provocó el caos.
-Y a nosotros que nos importa que Ud. sea un oficial de His Majesty o lo que sea? Usted al fin y al cabo es un sirviente, todo lo honorable que quiera pero en definitiva, un sirviente, y nosotros somos ciudadanos ingleses, y en cualquier parte donde se encuentre un ciudadano británico, debe ser respetado por un sirviente de His Majesty.
Tales palabras despertaron el orgullo británico; los que estaban próximos a verter lágrimas, se irguieron algunos hurras, vivas y ¡muy bien! castellanos, se escucharon cada vez más fuertes y más enérgicos. El comandante enrojecido de ira, continuó con sus insultos cada vez más groseros, hasta que Mr. Bennd que era su contrincante lo atajó con un ¡cállese la boca! ¿Era esa una orden? Por tal debió tomarla el comandante aunque dada por un oficial inglés, quien no está autorizado para ello… el oficial iba a decir algo, pero no pudo a causa de la ira que lo acometió. Parece que por fin consiguió lanzar un vocablo tan enérgico y tan personal e inmoderado que lo que siguió casi no puede describirse.
Mr Donato Bennd, que era el contrincante del oficial, no pudo contenerse ni lo pudieron hacer sus amigos. Era Donato de cuerpo hercúleo, algo como el Taeodorico de la Edad Media que podía derribar un toro y cuya sola amenaza, producía un efecto fulminante. Dio dos pasos hacia delante entre todos los comensales –que debieron escabullirse para evitar un encontronazo- colocándose frente al comandante y levantó su brazo formidable. El comandante quiso hacerse el chiquito pero no lo consiguió. El brazo cayó pesadamente como el de Caupolicán. Hubo sin embargo un atenuante: un mozo del hotel debió pasar en esos momentos, entre Mr. Bennd y el oficial británico, llevando en su derecha una botella de whisky y un sifón de soda. El brazo de Mr. Bennd cayó sobre todos estos y los destrozó, hasta tal punto que los convidados sólo recordaban después que habían visto únicamente elevarse una columnita de humo subiendo de las manos del mozo, hacia el techo, en medio de los bufidos de Mr. Bennd. En cuanto al comandante, el mozo del hotel y algunos de los circunstantes, desparecieron en el suelo entre una batahola de personas que se interponían, muebles que rodaban y perros que ladraban, y el brazo homicida de Mr. Bennd que se agitaba a uno y otro lado en un verdadero delirium tremens de box anglo-argentino.
El tumulto quedó acallado por el largo y solemne estupor que invadió a todos y que seguía aún cuando llegamos con Ferreiro. Basta decir que ninguno de los numerosos heridos y contusos que resultaron del choque recordaba en que momento había ligado lo que mostraba, incluso el Sr. Rossi estaba atónito.
Un ingeniero amigo, Mr. Lamacraft (8), presentaba un estuche en forma de cajón que era el botiquín del hotel, a cada uno de los presentes, aunque murmurando “quien sabe si el árnica alcanza” habrá que llamar al Dr. Vilaseca..!(9)
Algunos se fueron, según se cree en busca del mencionado médico; otros más oportunos –sin duda- se dieron a borrar los vestigios del suceso. Para eso no se encontraba el cuerpo del comandante ni se lo veía por ninguna parte. Por fin apareció debajo de la mesa todo empolvoreado y envuelto en aserrín, lo que hizo exclamar a Mr. Nelly con su acento semi-inglés:
-Señor milanesa, sírvase usía levantarse!
El comandante no contestó, no podía hacerlo. Un desmayo muy vecino al del otro mundo lo tenía entre sus garras, ni le soltó hasta la mañana siguiente. La reunión se disolvió casi instantáneamente. El inglés es por lo general, hombre de mucha paz, que aborrece las cuestiones complicadas, en que puede intervenir la policía. Como a eso de las seis, al otro día, vuelto en sí el comandante manchado de polvo, sangre y aserrín, volvía a bordo donde lo recibía con su cara de siempre, el segundo de la nave, diciéndole con su habitual seriedad:
-Vuestro honor, ha pasado bien la noche?
Es fama que hasta la Subprefectura se oyó el sonido de un cachetón formidable que le explayó sobre la mejilla del segundo, quien debió presentar la queja del abuso ante el almirantazgo británico, pues por Deseado no aparecieron más, ni el comandante, ni el segundo ni por mucho tiempo, ninguno de los que intervinieron en el homenaje del cual no se osaba a hablar hasta en las proximidades del tiempo actual. Creo que aquel fue el último de los homenajes a los comandantes de los caponeros.

Recopilador: Roberto Luis Rodríguez

1) La Sociedad Anónima Frigorífica de Deseado; era el establecimiento industrial más importante de la zona y uno de los que influyeron poderosamente en su economía y desarrollo. Fue inaugurado en el año 1924 e inició su primer faena el 15 de Enero de 1926 con animales del Km. 41, zona de Cabo Blanco.
2) Mr. Kidd gerente del Frigorífico de Puerto Deseado
3) Hotel y bar “Apolo ” se encuentra ubicado en el lugar que ocupó la “Mercantil Chubut”, fue construido por Artenio Tonín en el año 1925 a raíz de la firma de un contrato para explotar por varios años el ramo, entre Rossi y el propietario del local Juan F. Mac Raee. El primer dueño del hotel fue el Sr. Krambeck, en la década del ’40 lo adquiere el alemán Máximo Von Runckel. El “Apolo” es inaugurado el 1° de Diciembre de 1925 por los Sres. Rossi y Conz.
4) Francisco Ferreiro director del diario “El Sur” cuyo taller tipográfico estaba ubicado en la calle Oneto a pocos metros. de la calle Don Bosco, lindante al predio de la Escuela N° 5, entre sus múltiples ocupaciones fue el Secretario ad-hoc de la Comisión Pro-hospital en el año 1925, martillero público, orador, etc.
5) El cine teatro “Colón” de. Francisco Conz ubicado en la esquina de Alte. Brown y calle Don Bosco, poseía un servicio de bar y confitería con masas finas de todas clases y gustos y bombones del país y del extranjero, traía grandes cantantes y tercetos de musicales de piano, violín y violoncelo. Terminó devorado por un incendio mientras los vecinos disfrutaban de una proyección cinematográfica.
6) “El Sur ”importante medio de la prensa escrita local fundado en 1913
7) Emilio Rossi junto a Parolín también fueron propietarios del “Hotel Argentino”; fue Emilio el fundador del legendario “Hotel Argentino”, se había casado en Italia con María Demos; fueron padres de siete hijos: José, Atilio, Emilio, Juan, Héctor, Albina y Noemí.
8) El Sr. E. Federico Lamacraft, además de participar en comisiones populares; fue Tesorero de la Comisión Directiva de la Sociedad Rural en 1930, tuvo la representación de las máquinas esquiladoras “Cooper”, distribuidor de los antisarnicos de la misma firma y propietario de un taller mecánico.
9) El Dr. Vilaseca se desempeñó como médico cirujano del ferrocarril llegó a la localidad en el año 1922 residiendo hasta el año 1930.

FUENTES:
aportaron información:
- Archivo Histórico Municipal (Pto. Deseado)
- Juanita Fernández de Venditti (Pto. Deseado)
- Victorina Fernández de Rossi (Bs. Aires)
- Elsa Ferreiro de Cazau (Bs. Aires)
Documentación iconográfica original obrante en el archivo privado del autor

Breve nota del recopilador:
Estos relatos fueron tomados textualmente del manuscrito que me acercara gentilmente hace un par de años la familia de Dn. Angel Clara, director del diario “El Territorio” en Puerto Deseado; quien ocupara otros cargos en la década del ’20 y en momentos de verdadera lucha supiera desempeñar el puesto y zanjar dificultades no dejando pasar por alto sus obligaciones morales y oficiales. Como recopilador trabajé únicamente en la descripción de los epígrafes, tratando de no alterar el documento base.

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