domingo, 26 de junio de 2016

DR. RAUL CEVASCO/ MEMORIAS DE UN MEDICO DE PUEBLO/ "ENCUENTRO"


    Durante las décadas del 60 y del 70, el hospital, además de su tarea asistencial, cumplió también funciones de alojamiento para ancianos y desvalidos, debido a que por entonces no había en la localidad ningún establecimiento destinado a ese fin. El problema que se presentaba con este tipo especial de internos era que, al no padecer enfermedad alguna que los tuviera inactivos, además de atender su salud y sus necesidades primordiales, era necesario también buscar alguna manera de entretenerlos para aliviar el tedio de sus días.
 Para esta distracción fue muy importante la colaboración de algunos vecinos piadosos, que concurrían en sus horas libres al hospital para leer algo que pudiera interesar a estas personas, jugar con ellos a sencillos juegos de cartas o a algún otro pasatiempo, o simplemente conversarles de cualquier tema. Entre estas visitas frecuentemente se podían reconocer las presencias de Consuelo Lucea, Dora Baztán o Teresita Ibiricu, por citar solamente algunos nombres. También durante esos años, siempre hubo algún sacerdote de la parroquia local que concurría semanalmente al hospital, no solamente para llevar sus auxilios religiosos a los internos, sino también para alcanzarles el entretenimiento que necesitaban, apoyándose para ello con la proyección de una película cinematográfica. Como con el tiempo esto se convirtió en una costumbre, hice confeccionar una pantalla con sábanas fuera de uso para perfeccionar el procedimiento.
    Habitualmente se proyectaba una película por semana, generalmente los días viernes. Durante la década del 60 no hubo nadie asignado en forma estable para esta tarea. Generalmente rotaban entre ellos y fueron varios sacerdotes los que pasaron por el hospital con su proyector a cuestas. De entonces creo recordar uno de ellos, llamado padre Matías, que era quien más frecuentemente concurría para esa tarea. A comienzos de esta década se encontraban asignados a la localidad el padre Tatarén, que finalizó la construcción de la iglesia, y como cura párroco se encontraba el padre Campos.
    Pero en los años 70 esta tarea fue más personal. Principalmente en la segunda mitad de esta década, año 1975 en adelante, todos los viernes llegaba al hospital el padre Baca Paunero con su proyector a cuestas para pasar una película a los internos. Por supuesto no traía estrenos ni nada que se le parezca. Por lo general a las películas había que desempolvarlas y quitarle las telarañas para que pudieran ser proyectadas, tal era la antigüedad de las mismas, pero lo que valía era el entretenimiento que nos traía y el agradable momento de confraternidad que pasábamos con él.
    Fue un viernes en algún momento de esos años. La imprecisión no importa porque no afecta la esencia del episodio. A la mañana de ese día estábamos por entrar en cirugía para una intervención, cuando me anuncian que un pastor evangélico, recientemente radicado en la localidad, necesitaba hablar conmigo. La opción era simple: o lo hacía esperar al término de la cirugía, posiblemente más de dos horas, o lo atendía en el momento en una entrevista relámpago. Opté por esto último.
    El pastor quería verme para solicitar mi autorización para concurrir al final de la tarde al hospital con un proyector y una película para entretenimiento de los internos. La urgencia me impidió reparar en qué día era y le dije que no había ningún inconveniente en acceder a su solicitud. Llegó aproximadamente a las siete de la tarde, y cuando estaba instalando el telón y el proyector, alcanzo a ver por la ventana que baja por la calle Almirante Brown el padre Baca Paunero con todo su equipo. No crean que mi primer impulso fue escaparme por la puerta del fondo. No hice eso. Esperé al padre en la puerta principal para explicarle lo que ocurría. Él no se hizo ningún problema. Entró, saludó al pastor, le cedió el lugar para que proyectara su película, dejando la que él traía para otro momento, y como un caballero que era, se quedó con nosotros a ver la exhibición.

Raúl Eduardo Cevasco
en su libro "Pequeñas historias - Memorias de un médico de pueblo".

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