Pequeñas Historias
24 - Estanciera
27 de Mayo de 1934. Se inaugura el hospital de Puerto Deseado. La Comisión de Fomento municipal, presidida por el Dr. Ernesto Iturriaga, procede a habilitar el nuevo edificio hospitalario, aún a medio terminar, y pone al frente del mismo al Dr. Carlos Raúl Fernández. Se trata en realidad de un doble estreno, debido a que el Dr. Fernández había llegado a la localidad ese mismo año, poco tiempo antes de la inauguración del edificio hospitalario, recién recibido y con la intención de radicarse en forma permanente.
A partir de este momento, y durante más de 25 años, el hospital nunca tuvo un vehículo propio para diligencias o asistencia de pacientes. Fue en el año 1960 cuando la superioridad resolvió asignar el primer vehículo, que resultó ser una Estanciera IKA modelo 1959, una de las primeros vehículos automotores fabricados en el país. Para los que no llegaron a conocer este tipo de rodados, les aclaro que se trataba de algo sumamente rudimentario, un vehículo rural con la parte posterior cerrada, y que en este caso que nos ocupa se había equipado con una camilla en esa parte posterior, como único agregado para que se le diera el pomposo título de ambulancia.
Fue también en esos años cuando se construyó el Puesto Sanitario de la localidad de Jaramillo. Hasta ese momento, cuando era necesario prestar atención médica a alguien, lo hacíamos en su propio domicilio, debido a que no existía un local destinado al efecto. Fue el propio Dr. Fernández quien gestionó e insistió ante los responsables provinciales para que se construyera ese puesto sanitario, lo que en definitiva consiguió y la obra se llevó a cabo a comienzos de la década del 60. La licitación fue adjudicada al ingeniero Baldomero F. Cimadevilla, quien por entonces tenía una empresa constructora, realizando la tarea en muy breve plazo. Lástima que, de acuerdo con los criterios de la época, el nuevo edificio fue levantado a algunas cuadras de distancia de la localidad, en vez de haberlo hecho en el núcleo poblacional, para mayor comodidad de los usuarios.
Fue así como se implementó un servicio de asistencia médica para la localidad de Jaramillo, realizándose la atención en el puesto sanitario, siendo necesario para ello que un profesional de Puerto Deseado viajara dos veces por semana, en forma rotativa, utilizando para ello la incómoda Estanciera. Estos viajes se debían a que por entonces en la localidad de Jaramillo no había médico permanente. Cabe mencionar acá que cuando por razones mecánicas o problemas de intransitabilidad en la ruta no se podía viajar por este medio, se concurría igual utilizando para ello el coche-motor o autovía del ferrocarril local. Avanzando algo más en esta digresión, vale la pena destacar el valioso servicio que prestaba entonces ese ferrocarril, cuando los caminos eran ásperos y pedregosos y frecuentemente quedaban intransitables por lluvia o nieve. En varias oportunidades fue necesario entrar o salir de Puerto Deseado llevando el automóvil arriba de una chata del ferrocarril, hasta Fitz Roy o hasta Pico Truncado, porque resultaba imposible hacerlo transitando el camino.
Regreso al tema principal. Un día cualquiera la Estanciera inició un viaje más de los tantos que había hecho hasta entonces. Al volante se encontraba el administrador-chofer multiuso, adjetivo debido a las diversas funciones que realizaba, Roberto Ignacio ‘Tito’ Fernández. Encaramos la salida por el viejo camino de ripio hacia el campo de aviación, lugar en el cual Tito me cedió la conducción del vehículo, pero el viaje no iba a durar mucho. Al llegar al cañadón de la estancia La Maruja, más conocido como bajada del 30, en el momento de girar a la derecha al comienzo de la pendiente, de acuerdo con el trazado de entonces, la Estanciera cayó hacia delante y se detuvo en pocos metros. Pero no ‘toda’ la Estanciera. La rueda delantera izquierda, que al salirse había provocado la caída hacia delante, continuó bajando sola y cruzando campo, y no solamente llegó hasta el fondo del cañadón, sino que se atrevió a comenzar a subir por el lado opuesto, hasta que la fuerza de gravedad la detuvo.
Gran caminata, afortunadamente bajo el sol, para llegar hasta donde estaba la rebelde, y luego otra gran caminata de regreso para traerla rodando cuesta arriba. Tito se arregló de alguna manera para volver a colocarla en forma precaria, y de esta forma regresamos a Puerto Deseado, casi a paso de hombre, hasta el taller donde se le aplicó la solución de fondo. La Estanciera salió nuevamente al día siguiente, ahora con otros tripulantes, para cumplir el cometido interrumpido el día anterior.
En esa sucesión de viajes ocurrió por lo menos otro episodio curioso, pero en esta ocasión en la etapa de regreso. Actualmente la casi totalidad de los vehículos tienen un solo parabrisas, pero la Estanciera de entonces tenía la abertura anterior dividida al medio, de manera que tenía dos parabrisas, uno para el conductor y otro para el acompañante. Transitando el camino de Jaramillo hacia Deseado, ahora con Tito al volante, aproximadamente a la altura de Antonio de Biedma se oye un estallido y cae encima mío, que iba de acompañante, el parabrisas derecho hecho polvo, ingresando al mismo tiempo en el interior un cascote de canto rodado, sin que nada justificara el episodio, ya que no hubo cruzamiento con ningún otro vehículo. La Estanciera venía equipada con un guardabarros muy angosto, lo que permitió que una piedra se elevara sin ser atajada y el mismo vehículo se la llevó por delante. Tito continuó el viaje con la bronca de haber roto el parabrisas y la frustración de no tener a nadie a quien echarle la culpa.
Raúl Eduardo Cevasco
en "Pequeñas historias-Memorias de un médico de pueblo"
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