La expresión "velada literaria" parecía evocar aquellas "veladas paquetas" que ironizaban en la tele de los ochenta los famosos cómicos uruguayos. Inclusive, seguramente, generó en algunos el prejuicio de que se trataba de actos académicos a los que sólo tendrían acceso grandes literatos. Eso llevó a los organizadores a simplificar la denominación. Ahora es "café literario". El café, como el mate, nos hermana, nos predispone a la charla, a quedarnos un rato en un lugar, en tiempos en que siempre estamos saliendo a toda velocidad de todas partes. Y el mate también circula, igualador y democrático, estimulante para la mente y el alma.
Lo cierto es que desde hace varios años la Comisión de Amigos de la Biblioteca promueve estos encuentros, una vez al mes, con entrada libre, y como un ejercicio de escucha poco común, con reglas no escritas que se cumplen porque sí, por respeto al otro, para que el otro nos respete, porque a eso fuimos. Entonces, aunque el otro no comulgue con mis ideas políticas, religiosas o no tengamos mucho trato en la vida cotidiana, sigo su lectura y aprendo cosas que nunca hubiera pensado aprender, o redescubro autores que había olvidado, o encuentro nombres de poetas, ensayistas o novelistas ilustremente desconocidos que tal vez nunca sepan que sus textos están siendo recreados en un rinconcito del mundo del que posiblemente no tengan ninguna noticia. A veces, cuando consigo el correo electrónico de alguno de ellos, intento que conozcan esta antigua y moderna forma de contacto con los libros, las canciones y la aventura literaria en general, y se sorprenden notablemente.
El café literario es un espectáculo donde el escenario está en cualquier lugar, porque todos son actores y espectadores durante dos o tres horas. Personas de las que conocemos muy poco emergen como hábiles comunicadores de sentimientos, historias, recuerdos y palabras propias y ajenas. Algunos aparecen con gruesos tomos amarillentos y otros con algunas hojas manuscritas escondidas desde vaya a saber uno cuántos años. En cada reunión aparecen quienes sólo escuchan y prometen que en alguna próxima leerán algo. Saben que pueden hacerlo, o no. Sin presiones ni insistencias emergen muchos talentos y muchas inquietudes. Los que pensaban que iban a ser víctimas de alguna insistencia encuentran un marco de respeto que los libera de tener que vencer su timidez o sus límites personales. Sólo lee quien está dispuesto a leer, y sólo lee lo que quiere leer.
El tiempo no está marcado por un reloj con agujas sino por el reloj biológico que marca la hora del cansancio físico o mental y, como toda reunión espontánea, no termina con un timbre sino con el paulatino éxodo de los participantes. A veces, quedan pocos, y otras veces, todos resisten hasta el final.
Se luce más la lectura que los lectores, nadie se lleva ningunos laureles, no es una sala de debates, ni un tribunal, y los errores que cada uno puede cometer jamás son motivo de bromas pesadas, como puede ocurrir a veces en la vida real o en los medios de comunicación. Las equivocaciones del otro serán, dentro de unos minutos, mis propias equivocaciones, y la inspiración de cada uno varía entre uno y otro encuentro, por lo que a veces hasta los silencios y las pausas expresan cosas valiosas.
El café literario, al menos en esta versión deseadense, es una reunión de gente común que tiene una pasión en común, la lectura, y que decide concretar en público un acto tan íntimo como pasar sus ojos sobre un papel y revelar sus más secretos sentimientos al decir en voz alta lo que esa hoja contiene. La elección previa del texto es un ceremonial parecido a la búsqueda de la ropa para concurrir a una cita. O a una reunión de negocios... eso es. Un espacio donde se comparten monedas del alma, el trueque se hace con billetes de la imaginación, y cada uno se lleva en un bolsillo inexistente tesoros que nunca se van a devaluar.
Mario dos Santos Lopes
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