Lo cierto es que desde hace varios años la Comisión de Amigos de la Biblioteca promueve estos encuentros, una vez al mes, con entrada libre, y como un ejercicio de escucha poco común, con reglas no escritas que se cumplen porque sí, por respeto al otro, para que el otro nos respete, porque a eso fuimos. Entonces, aunque el otro no comulgue con mis ideas políticas, religiosas o no tengamos mucho trato en la vida cotidiana, sigo su lectura y aprendo cosas que nunca hubiera pensado aprender, o redescubro autores que había olvidado, o encuentro nombres de poetas, ensayistas o novelistas ilustremente desconocidos que tal vez nunca sepan que sus textos están siendo recreados en un rinconcito del mundo del que posiblemente no tengan ninguna noticia. A veces, cuando consigo el correo electrónico de alguno de ellos, intento que conozcan esta antigua y moderna forma de contacto con los libros, las canciones y la aventura literaria en general, y se sorprenden notablemente.
El café literario es un espectáculo donde el escenario está en cualquier lugar, porque todos son actores y espectadores durante dos o tres horas. Personas de las que conocemos muy poco emergen como hábiles comunicadores de sentimientos, historias, recuerdos y palabras propias y ajenas. Algunos aparecen con gruesos tomos amarillentos y otros con algunas hojas manuscritas escondidas desde vaya a saber uno cuántos años. En cada reunión aparecen quienes sólo escuchan y prometen que en alguna próxima leerán algo. Saben que pueden hacerlo, o no. Sin presiones ni insistencias emergen muchos talentos y muchas inquietudes. Los que pensaban que iban a ser víctimas de alguna insistencia encuentran un marco de respeto que los libera de tener que vencer su timidez o sus límites personales. Sólo lee quien está dispuesto a leer, y sólo lee lo que quiere leer.
El tiempo no está marcado por un reloj con agujas sino por el reloj biológico que marca la hora del cansancio físico o mental y, como toda reunión espontánea, no termina con un timbre sino con el paulatino éxodo de los participantes. A veces, quedan pocos, y otras veces, todos resisten hasta el final.
Se luce más la lectura que los lectores, nadie se lleva ningunos laureles, no es una sala de debates, ni un tribunal, y los errores que cada uno puede cometer jamás son motivo de bromas pesadas, como puede ocurrir a veces en la vida real o en los medios de comunicación. Las equivocaciones del otro serán, dentro de unos minutos, mis propias equivocaciones, y la inspiración de cada uno varía entre uno y otro encuentro, por lo que a veces hasta los silencios y las pausas expresan cosas valiosas.
El café literario, al menos en esta versión deseadense, es una reunión de gente común que tiene una pasión en común, la lectura, y que decide concretar en público un acto tan íntimo como pasar sus ojos sobre un papel y revelar sus más secretos sentimientos al decir en voz alta lo que esa hoja contiene. La elección previa del texto es un ceremonial parecido a la búsqueda de la ropa para concurrir a una cita. O a una reunión de negocios... eso es. Un espacio donde se comparten monedas del alma, el trueque se hace con billetes de la imaginación, y cada uno se lleva en un bolsillo inexistente tesoros que nunca se van a devaluar.
Mario dos Santos Lopes
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