Aquel café de la abuela
Vi como la proa se enterraba en aquella gran ola que,luego de recorrer con bravura la cubierta de mi kayak, descargó toda su fuerza contra mi cuerpo. No sentí frío alguno; la chaqueta me mantenía seco, y por momentos hasta pude sentirme acalorado por la lucha que teníamos contra la corriente y el fuerte viento que en aquel momento se había desatado; pronto otra ola comenzó a formarse y antes de ir al encuentro de la misma giré mi cabeza por ambos lados. Allí estaban mis dos compañeros de expedición, Yuval y Yosii, dos israelitas que, con buena experiencia en el remo, hacían importantes esfuerzos para mantenerse estables ante aquella inesperada situación.
Encontré algo de reparo en una alta roca que había en la costa de la isla y divisé un claro donde pudimos desembarcar sin problemas. Sabía que la situación no tardaría en mejorar; sólo teníamos que esperar que se produjera el cambio de marea, así que aprovechamos para descansar.
Mientras Yuval encendía una garrafa para preparar café, fui hasta el tambucho de mi kayak en búsqueda de unos alfajores artesanales de maicena y dulce de leche que bien acompañarían a esa infusión.
Mis brazos aún estaban hinchados por el esfuerzo, podía sentir como la sangre lentamente comenzaba a desacelerarse por mis venas y mientras el cansancio comenzaba a hacerse notar, un suave y delicioso aroma que atenuaba aquel fuerte café nos fue invadiendo progresivamente y así, una placentera sensación de pesadez se fue apoderando de mí, logrando relajarme totalmente en aquella playa. Unos pocos instantes más tarde, mis ojos se cerraron y me sumergí en un reconfortante y profundo sueño.
La imagen de mi abuela frente a su antigua cocina de leña apareció de repente. Aún entrada en años y con imborrables huellas dejadas por el paso de la vida, sus suaves rasgos descubrían la hermosa mujer que había dentro de ella; allí estaba, revolvía algo en una extraña cafetera de largo pico y mientras me contaba historias de los pueblos árabes que había escuchado o aprendido de mi bisabuelo, oriundo de una pequeña aldea de Medio Oriente, yo permanecía inmóvil a su lado y con mi mirada atenta al lento movimiento de sus labios, esperando ansioso que apareciera su cómplice sonrisa que cada dos o tres palabras siempre me regalaba.
Sus historias eran siempre cortas, pero tenían el extraño poder de cautivarme, de trasladarme a interminables desiertos de arena donde largas caravanas de camellos llevaban a hombres de grandes turbantes y a hermosas mujeres, cuyos rostros siempre permanecían cubiertos por finos velos. Ellos entraban y salían de pequeños pueblos de bajas y amarillentas casas; ella vivía aquellas historias mientras me las contaba.
De pronto el aroma del café me despertó. Ese café era distinto al de todos los días... conocía ese aroma que de niño había quedado grabado en mí.
Yosii y Yuval me ofrecieron para probar un “café turco” que acababan de hacer; asentí y extendí mi mano para recibir la taza de aquella caliente infusión, al mismo tiempo que les preguntaba acerca del mismo.
Ellos me contaron que lo que estábamos tomando era “café con cardamomo”, que es una exquisita hierba de excelente aroma y que en Israel como en muchos países de Medio Oriente este café es considerado como un ritual de hospitalidad y que también estimula la tranquilidad del espíritu de quien lo bebe.
Luego de probarlo no tardé en recordar que ése era el café que siempre preparaba mi abuela.
Jorge Bernard
No hay comentarios:
Publicar un comentario