Esperanza de una vida mejor.
Esperanza de poder ver el sol nuevamente, esa semilla de vida como dice Gonzalo Rojas, el poeta.
Esperanza de ver las rosas en flor, cada primavera, y las golondrinas haciendo nido.
Esperanza de encontrar el amor que colme nuestras vidas.
Esperanza de poder subir la cuesta.
Esperanza de poder gozar el vaivén de la olas en la Cueva de los Leones
Esperanza porque la justicia triunfe sin mirar a quien.
Esperanza de que la pobreza se extinga y la madre tierra no siga siendo devastada.
Esperanza por los hijos y los nietos.
Cuantas cosas nos dice tu nombre. ¡Qué música perfecta! ¡Qué canto a la vida!
Esperanza Domínguez. O la Directora del Colegio Comercial. O la profesora de contabilidad .O simplemente la mama de Pepito, ese fanático de Boca con quien nos trenzábamos en los recreos por mi pasión por la banda roja.
Siempre de gesto adusto y suave sonrisa. A la altura de su rango, en raro equilibrio entre la justicia y la severidad, como mandaba la época, década del ’60.Tiempos en que arreciaba la beatlemanía y éramos adolescentes buscando el rumbo, entre hormonas alteradas y futuros, inciertos o auspiciosos, según la tómbola del destino.
O aquella mujer, que según me contaron, no dejaba de incursionar en el universo de la Internet, esa llave fascinante para el conocimiento. Con la avidez docente, del que ejerció el verbo enseñar, largamente, como le permitió una longevidad envidiable.
Las nieves del tiempo no cubrieron tu recuerdo. Que belleza sublime llevar impreso hasta el último aliento, eso que nos permite soñar y pensar en un mañana venturoso. Por siempre tengamos: Esperanza.
Oscar Armando Bidabehere
Olavarria, 18 febrero de 2013
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