jueves, 6 de agosto de 2015

BICENTENARIO DE DON BOSCO/ UNA ESCULTURA DE JOSE ELLERO REVIVE SU PRESENCIA EN USHUAIA


Más que un homenaje a DON BOSCO, es revivir su presencia hecha escultura en el extremo más austral del Continente Americano para seguir haciendo realidad el sueño de quien tanto se interesó por la evangelización y la educación en la Patagonia argentina y chilena.
Mons. José Fagnano llegó a la isla de Tierra del Fuego en la década del 1880 y diez años más tarde se instaló la primera MISION SALESIANA en RIO GRANDE y diez años después en USHUAIA. Precisamente allí se alza un monumento de tres metros de altura enmarcada por la Bahía de Ushuaia y en la plaza denominada DON BOSCO frente al primer templo de la ciudad. Muy cerca está también la escultura de CEFERINO NAMUNCURÁ de iguales dimensiones, colocada al año de su beatificación y que merecería ser presentada en este Boletín.
Celebrando este año el bicentenario del nacimiento del Padre y Maestro de tantos jóvenes de su tiempo, de hoy  y mañana, ilustran esta página algunas fotografías que merecen un comentario.
Cuando pensamos en Don Bosco, surge inmediatamente su imagen, pero las fotografías que la expresan, no logran ir más allá de una figura externa y superficial.  Por eso acudimos a dibujos incluso a caricaturas que intentan decir algo más y este es el caso en la escultura elaborada por el salesiano P. José Ellero y colocada en 2007 en la plaza homónima de Ushuaia.
Lo que se pretende es penetrar en el interior de la imagen a través de espacios perforados que permiten ver más allá, incluso otros componentes del grupo escultórico compuesto por tres jóvenes, dos varones y una mujer, que conforman una suerte de ronda con Don Bosco al que están unidos con la mirada.
La tridimensionalidad de la escultura expuesta a la iluminación del sol establece también un diálogo de luces y sombras que varía en cada minuto y es distinto cada día hasta que se cumpla el ciclo del año con sus cuatro estaciones climáticas en directa relación con el astro que nos da la vida y la alimenta con su energía. Este diálogo que llena los espacios vacíos con la luz y sumerge los espacios llenos en la sombra contrastante es una de las características que se destacan en el conjunto escultórico que no quiere reducirse al mero retrato.
Don Bosco, que había consagrado su vida entera a los jóvenes, no podía presentarse sino rodeado de ellos porque de otro modo su vida habría perdido significatividad.
Finalmente cabe decir que no importan sus rostros y por el contrario cada uno de nosotros podría verse identificado en ellos, salvo Don Bosco que tiene su vestimenta   (la sotana y la capa) y su cabello que lo distinguen y diferencian de las otras tres figuras que ni siquiera están vestidas.  Para quienes sean conocedores de la obra del genial escultor del siglo XX Henry Moore,  seguramente les será más familiar esta escultura hecha homenaje, memoria y propuesta de la gesta evangelizadora y educadora de los hijos de Don Bosco, los salesianos.    




                                        

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