jueves, 19 de noviembre de 2009

Doctor Raúl Cevasco/ Memorias de un médico de pueblo

Memorias de un médico de pueblo

SORPRESAS

Actualmente el puerto trabaja casi exclusivamente con pesca y mercadería que sale de sus muelles, pero retrocediendo en el tiempo hasta mediados del siglo pasado, es posible recordar la época en que a nuestro puerto llegaban los barcos con mercadería para La Anónima, con el “Asturiano” y el “José Menéndez” entre ellos, barcos que operaban en el muelle hoy conocido como muelle de Ramón. Estos buques transportaban mercadería para sus negocios en la Patagonia y también pasajeros que viajaban desde los puertos patagónicos hasta Buenos Aires o viceversa. Como no operaban en el muelle fiscal, los buques anclaban en el medio de la ría y la mercadería y los pasajeros eran transportados al muelle mediante lanchones.

Por ese entonces y durante mucho tiempo, operaron también los barcos de Transportes Navales, con carga para la zona, entre los cuales se puede recordar el “Lapataia”, el “Cabo de Hornos” ó el “Bahía Buen Suceso”. En nuestra localidad, estos buques eran atendidos por la agencia Hijos de Florentino Pérez. Por otra parte, en el gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962) se libró lo que se conoció como “batalla del petróleo”. Durante ésta, debido a la masiva radicación de empresas extranjeras en la región para la explotación petrolera, numerosos barcos con carga de equipamientos para esta tarea operaron en el puerto de Deseado. Por último, por el litoral marítimo, pero sin entrar en puerto, pasaban las naves de YPF que llevaban el petróleo para las destilerías de La Plata y Campana, y también de Yacimientos Carboníferos Fiscales, que transportaban el carbón hacia las acerías sobre el río Paraná, en San Nicolás y Villa Constitución.

Primera sorpresa. Fue en un año de comienzos de la década de 1970. Una templada tarde de sábado en verano. Suena el teléfono de la guardia. De la entonces Subprefectura local solicitan el envío de un médico al puerto para la atención de un tripulante de un barco que se encuentra en un “coma con convulsiones”. Concurrí para atender la emergencia y al llegar a puerto comprobé que el muelle estaba vacío. Ningún barco a la vista. Mientras tratamos, con el chofer de la ambulancia, de descifrar lo que pasaba, se acerca a nosotros el segundo jefe de la Subprefectura, un oficial de apellido Moyano y nos explica que el barco con el tripulante enfermo se encuentra en rada, frente a la boca de la ría, y hasta allí debía trasladarme con la compañía de él.

Segunda sorpresa. En realidad había un barco en muelle. Era la lancha de prefectura LP 11 que durante tantos años prestó servicios en este puerto. Lo que ocurrió era que con la marea baja, la lancha, tan grande era, quedaba oculta por el muelle. Hacia la entrada de la ría, mar afuera, se podía ver, anclado y esperando, un barco que resultó ser de YCF y cuyo nombre hoy se me ha perdido en los recovecos de la memoria. Nos embarcamos y salimos en navegación hacia mar abierto. Cuando dejamos la protección de la ría, la lancha empezó a moverse y a cabecear, dada la intensidad de la marejada. Costosamente se fue arrimando hasta el barco, que de cerca se veía que era inmensamente mayor. Por el costado del barco pendía una escala de gato, hacia la cual se arrimó de costado la lancha. Cuando consiguió hacer contacto, el borde de la lancha, al compás de la marejada, se acercaba y se alejaba de la escala. El oficial Moyano me dijo: “En el momento en que la lancha se acerca a la escala, salte y agárrese”.

Tercera sorpresa. No creo que sea necesario reproducir acá la respuesta. No fue nada grosera pero sí absolutamente negativa. No había ninguna experiencia ni entrenamiento de nuestra parte para ese tipo de ejercicios acrobáticos. Ante mi negativa se siguió maniobrando hasta que se consiguió que las dos embarcaciones quedaran arrimadas de manera más o menos estable y allí sí, con ayuda de los tripulantes de ambas embarcaciones, conseguí superar la escala y abordar el buque mayor. Una vez en la cubierta del mismo, se intentó de inmediato la localización del paciente, y, a nuestro requerimiento, se nos informó que el mismo se encontraba en amena charla con el capitán del barco.

Conclusión. Resultó ser que el paciente no había declarado padecer de epilepsia entes de embarcarse por temor a ser dejado en tierra. Al manifestarse dicha enfermedad a bordo y sin un médico accesible que pudiera efectuar un diagnóstico certero, sus compañeros y sus superiores determinaron que el paciente se encontraba en “coma con convulsiones”. El hombre fue desembarcado y después que le hice un reconocimiento médico en el hospital fue derivado a la ciudad de Buenos Aires por vía aérea.

Raúl Eduardo Cevasco

1 comentario:

Vero dijo...

La verdad que muy interesante esto de las memoris de un medico de pueblo.
Llegue en realidad a este articulo de pura casualidad (estaba viendo que pedir de delivery jeje), pero bueno, quería comentar que me gustó. Gracias por compartirlo.
Saludos!

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